La piel es la primera barrera que protege nuestro organismo y nuestro equilibrio interno frente a las agresiones externas. Como tal, la piel permite luchar contra la deshidratación y evita la entrada de patógenos (virus, bacterias, alérgenos, etc.). La función de barrera de la piel es vital para proteger la integridad de nuestro cuerpo.
Para ello, nuestra piel está naturalmente dotada de una capa externa constituida por células cornificadas, denominadas corneocitos. Estas células están unidas entre sí, como los ladrillos de una pared, con un cemento lipídico intercelular que le confiere a la piel su impermeabilidad.
Además, esta capa cutánea superficial está protegida por una película hidrolipídica. Esta película protectora es una emulsión natural compuesta, como su propio nombre indica, por agua y lípidos. La parte acuosa de esta emulsión está compuesta tanto por el agua que ha atravesado la epidermis (y que también se puede producir mediante la transpiración), como por agua de la atmósfera que se posa sobre la piel. El componente lipídico de la emulsión está compuesto por sebo. El sebo es un tipo de grasa producida por las glándulas sebáceas que contribuye a que la superficie de la piel sea impermeable y naturalmente ácida.
Juntos, los lípidos epidérmicos intercelulares y la película hidrolipídica constituyen una barrera protectora natural en la superficie de la piel que nos protege de las agresiones externas y la pérdida de agua.